jueves, 17 de abril de 2014

La Previa, por Juan Rey

Genésis

Al principio no era nada, y de repente…
Una vez fuiste pibe. Sí, todos fuimos o somos pibes. Aunque a veces cueste creerlo de algunas personas, pues como decía el gran Salvador Allende: “Hay jóvenes viejos, y viejos jóvenes”, todo el mundo, por un devenir natural, tuvo que ser niño.
Dice el poeta bohemio de fines de siglo XIX, Rainer Rilke, que “la patria de un hombre es su infancia”. De cierto modo apunta al único estado del cual no nos podemos exiliar, de donde no nos podrán expulsar jamás, y aunque nadie nos haya echado, siempre añoramos regresar.
La infancia. Ese período de la vida tan estudiado por los psicoanalistas, tan fotografiado por nuestros padres y familiares. Ese momento en el que nos creemos eternos, en que las historias siempre tienen final feliz. Y en algún instante de su desarrollo, ya sea por el impulso de nuestros pares, ya sea por motivación propia, o bien por algún comentario perdido de alguna conversación escuchada en un taxi o colectivo, el niño formula la pregunta.
Los padres saben que el momento va a llegar. Es inevitable, es parte de la maduración. “La etapa de los porqués” la llaman algunos. Indefectiblemente, una vez que su hijo escuche la respuesta, ya no será el mismo de antes. El momento en el que el crío decide sacarse esa duda visceral, que le carcome las entrañas, puede ser cualquier situación de la vida cotidiana. Algunos lo habrán preguntado en la comida, otros antes de dormir. Los que tenían hermanos mayores ya hablaban de ello en la clase delante de la señorita, quien ante el acoso casi periodístico de los más sobreprotegidos, decidía huir por la tangente, derivándole el problema a los progenitores.
En cuanto a la familia, existe también, un código particular. En el caso de los hombres, cuando somos niños y le hacemos la pregunta a cualquier mujer de nuestra familia, generalmente obtenemos respuestas evasivas o nulas. Por otro lado, al intentar resolver tamaño enigma con nuestros tíos o abuelos, ellos suelen plantearnos que “esos temas los tenés que hablar con tu viejo, che”.
Y entonces lo logramos.
Planeamos bien el momento, sabemos que de ello dependerá nuestro futuro, nuestra reputación en la escuela, nuestra vida, por qué no.
Elegimos el espacio y el tiempo, y todo se sucede con asombrosa velocidad:

-          Papá, ¿podemos hablar de hombre a hombre? Te tengo que hacer una pregunta

-          Sí hijo, decime.

-          ¿De qué cuadro sos hincha?

-          De Huracán, Juan.

Y nuestro camino se comienza a escribir, ya no hay vuelta atrás.


Juan Rey, para Revolución Quemera.